Saliendo de San Francisco. Entre logística familiar y últimos abrazos
Nos despedimos del buenazo de Larry, todos con prisas diferentes: el con ganas de disfrutar el fin de semana con sus amigos, nosotros ya con nuestro peculiar desfile de 2 mochilas grandes y 2 mochilitas. Cada niño lleva su mochila tamaño escuela, más que nada, llena tesoros varios. En el caso de Noa, muchos colores para dibujar, papelotes ya pintados de los que no consigue desprenderse, un peluche, que normalmente pierde de tanto en tanto y se arma la de Dios, una pulserita y un cordel atado a una botella que utiliza a modo de caña de pescar.
Respecto a Ishi, normalmente lleva un libro, actualmente las aventuras de Tom Sawer, muy acorde a su estilo, un sinfín de chapas de botellas que va recolectando allí donde vamos, un taper con sus muñequitos de Star Wars, Rudolfito, un peluche que ha viajado con el toda su vida, un tiburón bueno, que dice él y la PSP que por fin consiguió el año pasado tras mucho insistir que ya todos sus amigos la tenían.
En fin, a mi modo de ver, es un éxito viajar con tan poco equipaje, y un gran logro haber conseguido introducir lo necesario en dos mochilas. No obstante, Ángel opina que podemos reducir el equipaje a una maleta y a menudo insiste en liberarse de ropa. Yo siempre le contesto lo mismo.
– Chico!!! intenta encontrar otra mujer que viaje con tan poco, en semejante viaje- hay cosas que nunca comprenderé de los hombres.
– Caray Diana!!! pero es peso y finalmente con dos mudas para cada uno tenemos suficiente- reclama
Recuerdo que al despedirnos de mi familia, nos regalaron un perfume para cada uno. Cuando lo puse en la maleta, Ángel renegaba por el peso. Pero que caray, es de lo más agradable cuando tras un largo viaje, te das una ducha fresca y notas como toda tu musculatura se relaja, los niños ya dormidos, te vistes con ropa limpia y disfrutas de una o dos pulsaciones de ese embriagador perfume que te traslada, en mi caso, al calor de mi familia, en el caso de los niños al país de los sueños y en el caso de Ángel a un delicioso olor a limón que me fascina, eso cuando por fin decide utilizarlo, supongo que más que por el para dejarme con una sonrisa en los labios. ¡Que rico ummmm!.
En fin, no sé por dónde iba, a veces me despisto. Estoy descubriendo que lo de escribir me va fascinando cada vez más, quizás sea una manera de sentiros cerca, no sé. Ahora bien precisa de su tiempo, por ello voy un tanto retrasada respecto al trayecto, intentare ponerme al día.
Por la costa pacífica, entre San Francisco y Los Ángeles.
Nuestro último trayecto con el coche alquilado. Uno no puede acostumbrarse tan bien, pero económicamente siendo cuatro era la mejor decisión, además de la libertad que te da para tomar la ruta que tú decidas. En este caso, no fue la más rápida pero si la más bella.
Tomamos la decisión de tomar la carretera que recorre la costa entre San Francisco y Los Ángeles. La Highway #1 recorre toda la costa del Pacifico, nos turnamos el trayecto, cosa bastante rara, pues normalmente Ángel prefiere conducir.
Os aconsejo recorrerla tomándoos el tiempo que preciséis. El paisaje es espectacular, su olor, el sabor a mar que descubres al respirar su aire, el contraste del verde de la vegetación con el blanco de la playa, el marrón de los acantilados y el azul del mar te va sedando lentamente, no puedes dejar de mirar, así que si sois el conductor, tener cuidado con despistaros, pues parte de su encanto son el entre tramado de curvas que se suceden en el trayecto.
– Mami aita, tengo más pipi- dice Noa con las manos entre las piernas moviéndose inquieta de un lado a otro.
– Noa aguanta un poquito que aquí es imposible parar- respondo pensando la locura de tantos pipis.
Monterey. Entre muelles de barcos se divisa la fauna marina
Seguimos camino, llegando a Monterey, una comunidad frente al mar en la costa central de California, la antigua capital de California fundada por los españoles en 1770 y una de las ciudades con más historia. Posee una gran reserva natural marina. Su economía está basada en el turismo y en gran medida en la pesca. Esta zona se hizo famosa gracias al autor americano ganador del Premio Nobel, John Steinbeck, cuya obra recomiendo y en cuyo lugar se inspiró para narrar alguna de sus principales novelas, como “Las Uvas de la Ira” y “Al este del Edén”.
Cuando has vivido en cualquier comunidad frente al mar te das cuenta de la fuerza que tiene, de la energía constante que te envuelve, e incluso se te hace difícil de acostumbrarte a vivir en un lugar alejado de esa gran manta azul que cubre la mayor parte de la madre tierra.
Ese mar que nos llena de gozo en su vaivén, con su riqueza natural, donde la vida emerge desde las profundidades, que nos deleita en su multicolorido, nos divierte en sus posibilidades de navegar, de descubrirlo en su superficie o bien buceando abrazando su interior. Donde la risa de un niño siempre rompe entre sus olas.
No obstante ese mar que amamos tanto, puede ser traidor, puede esconder una gran ciudad en el agua, engullendo todo aquello que encuentra a su paso, sin distinciones, sin diferencias. Cuando enfadado muestra su descontento por ensuciarlo, por descuidarlo, por haberle perdido el respeto.
También quisiera agradecer y señalar el trabajo diario de los pescadores, esos maestros amigos del mar, que sin temor sondean sus aguas, recorriéndolas, conversando con las olas, esas familias de marinos que les dan soporte y que esperan alegres su regreso de nuevo a la costa, a salvo, al calor de la familia. Marineros bravos contra el viento, contra las mareas, sabiendo apreciar la calidez que muchas veces descubren al abrazar al mar.
Paseamos por el muelle de los pescadores, abierto al público, es ahí donde puedes observar trabajando de más cerca o más lejos a los pescadores, sudorosos entre redes, vaciando sus cestas repletas de pescados, resbaladizos, frescos aún con vida, esperando a ser vendidos.
Un pelicano se reía de nosotros, no nos dejaba acercar lo suficiente y Noa empezó a hacer pucheros, no acababa de agradarle.
– Aita, mami este pajarito me da un poco de miedo- afirmaba mirándole con cara de pocos amigos.
– Mami, las focas, míralas de nuevo, rápido mi tripulación, al abordaje, ayudadme a mover esta gran bola de hierro.- jugaba Ishi corriendo en el embarcadero.
Salimos del muelle y fuimos a la zona más turística, un sinfín de tiendecillas y restaurantes en un sinfín de posibilidades ligadas todas ellas al mar. Surgía un olor inconfundible a dulce, una tienda de caramelos mostraba figuras de colores, realizados de forma tradicional. Los caramelos relucían en el escaparate, parecido a la casita de casita de chocolate de Hansel y Gretel. En la entrada de algunos restaurantes, había una persona que te daba la oportunidad de tastar una deliciosa, blanca y cremosa sopa de cangrejo.
– Caray!!! yo quiero otra tacita, puedo decirle que quiero repetir, me ha encantado.- decía Ishi relamiéndose los labios.
– Bueno intenta, el no ya lo tienes.- le conteste, pensando que a mí también me gustaría repetir.
Me quede con las ganas de pedirles la receta, quizás alguno de vosotr@s nos sabe trasmitir la manera de combinar lo necesario para realizar esa sabrosa crema de cangrejo.
Os gustaría compartirla?
Leones marinos entre las aguas y la arena blanca
Justo al sur de los acantilados Big Sur, a unos kilómetros al Norte del Castillo Hearst de San Simeón, encuentras un mirador en el que te espera un fantástico regalo. En Noviembre de 1990, en la playa rocosa de Piedras Blancas, llegaron docenas de leones marinos, siendo la base de la colonia actual. Si bien siempre puedes encontrar grupos de ellos, en los meses de Diciembre a Abril, la Playa se puebla de miles de ellos, pudiendo llegar a 8000 ejemplares. Actualmente el lugar es área natural protegida.
– Mirad allí los tenéis, casi casi los podéis tocar, no son bellos?- comenta Ángel
– Jolines que grandes esas focas, les damos unas galletas- dice Noa sorprendida
– No son focas son Leones Marinos Noa, y ni se te ocurra darles de comer está prohibido.- eesponde su hermano
Ishi ha aprendido la lección desde los parques naturales, los animales tienen que vivir en su medio, el darles de comer sería contraproducente y rompería su equilibrio en ese frágil ecosistema. Me alegra oír como le explica a su hermana, que le mira con ojos incrédulos, sin entender bien las palabrotas que utiliza Ishi.
Si se mantienen quietos, podrían confundirse con el color de la arena, pues les gusta enterrarse, un grupo unido, machos, hembras, crías, unos encima de otros. El sonido que emiten es auténtico. Mires donde mires encuentras su presencia en diferentes momentos, machos luchando entre ellos, otro persiguiendo a una hembra, está arrastrándose sin dejar vencerse por el peso y tamaño de su compañero. Las crías de tierna mirada, su cara y cuerpo menudo mantienen el aspecto de fragilidad que adquiere todo ser con pocos días o meses de vida. Esa inocencia que da ganas de abrazar, de acariciar, de proteger. Las madres permanecen al lado de sus crías, observándolas, lamiéndolas y olfateándolas. El instinto maternal de los leones marinos es maravilloso y poder observarlas a tan corta distancia y en libertad es una oportunidad única. Con un poco de tristeza, levantamos la mano y tiramos un beso al aire hacia un león en particular que nos había conquistado.
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