Caminando por las alturas del altiplano boliviano

Ya desde la frontera entre Perú y Bolivia percibes un gran cambio al mirar directamente a los ojos a los bolivianos. Por supuesto que en cada lugar existen todos los colores y variedad de personalidades, pero culturalmente existen un sinfín de características que ayudaran a definirnos como personas. Sus ojos te miran fijamente con una dureza que en un primer momento te descoloca, pues sientes que les invade el resentimiento, progresivamente te das cuenta que es puramente fortaleza, ganas de tirar adelante a pesar de las circunstancias con las que se encuentran, muchas de ellas cargadas de dureza. Bolivia es uno de los países de Latinoamérica mas pobres  y donde puedes palpar que el sistema educativo no es uno de sus pilares. La pobreza danza por las calles haciendo visible lo que en otros lugares queda escondido. Bolivia es un país de contrastes, sus paisajes cambiantes, su gente introvertida, fuerte, llena de costumbres y tradiciones que respetan. Y donde si consigues traspasar esa barrera te encontraras con un ser humano que ha luchado durante mucho tiempo y que quizás por ello evite la calidez que el contacto aporta, pero gente de buen corazón que no te denegara un saludo cuando te cruces con ellos. Desde mi perspectiva, me parecían muchos de ellos rudos, sin muchas ganas de darte conversación, pero al mismo tiempo te mostraban un lado muy humano, un espíritu indómito, orgulloso, que lucha a diario con lo que le aporta la vida, una vida donde la pobreza toca a la mayoría de la población.

La Paz, una ciudad de contrastes

La Paz está situada al noroeste de Bolivia a una altitud de 3649 metros sobre el nivel del mar y con una extensión de 133.985 Km.2, siendo la capital y la sede del Gobierno central. Desde que desciendes de la ciudad de El Alto con el autobús hacia la capital, los edificios inacabados destacan en su color rojizo, las paredes sin repellar, pocas de ellas pintadas, destacándose la unión de esos edificios bajos de ladrillo rojo, entre los cuales el cemento se deja ver regalimando en color gris. Una ciudad donde el ritmo de los transeúntes lo marca todo, en su eterno tintineo de colores, sabores, olores, ventas, compras, bocinas de coches, camiones, mamas cargando niños, bultos repletos siempre de un sinfín de posibilidades diversas. Las “cholitas” con sus trajes típicos, enfundadas en sus faldones ondulados de colores, con su cabello trenzado, la raya recta dividiendo en dos su larga y oscura cabellera.

Los niñ@s también muestran esa dureza en sus ojos, fue algo que me impactó, pues normalmente estos consiguen sonreír muchas veces, pero a estos me costó sacarles fácilmente la sonrisa.

“compra, compra, mamita, un ponchito para su niña.- Una anciana vendía telas y ponchos, sentada en la calle.

De esta forma los puestos callejeros, en sus diferentes estilos, ya sea en portales, en la calle luciendo su material distribuido en pequeños bultos en esa gran manta colorida, en las tiendas, puestos de ropa, de zapatos, de CD pirateados, de souvenirs, de comida…. Todos ellos crean un paisaje que forma parte del alma de esta ciudad donde los antiguos edificios coloniales, las iglesias, las plazas se entrecruzan con los edificios por terminar de ladrillo rojo.  Las pintadas en sus paredes son de lo mas común, pintadas llenas de desprecio hacia la política de su país, pintadas con resentimiento, colores del odio, pintadas con faltas de ortografía que hacen daño a los ojos, pero que al fin y al cabo siguen mostrando su espíritu de lucha e inconformismo.

Paseando entre palomas

Regresábamos de disfrutar de la feria de Alasitas. Una feria artesanal muy enraizada entre los bolivianos. Su principal característica es la venta de miniaturas de toda clase de elementos como puede ser dinero, automóviles, casas, títulos universitarios… que los asistentes encomiendan al Equeco, con el fin de que se haga realidad sus deseos en un futuro cercano. El “equeko” es el dios de la abundancia, de la felicidad, de la alegría, conocido en lengua aimara como “iqiqu”, recibe culto en todo el altiplano andino, pero sobretodo se hace más visible durante el solsticio de verano cuando celebran la feria de la Alasita en la ciudad de la Paz.  Su figura es muy cordial, un hombre de aspecto afable y sonriente, rellenito, que va cargando un sinfín de bolsas, viste con ropa tradicional y en la boca tiene un agujerito en el que las  personas al hacerle culto le colocan un cigarro y lo dejan quemar. Sus labios siempre toman un color negruzco debido a la cantidad de ofrendas en forma de cigarros, alcohol y miniaturas.

Ishi esta siempre pendiente de que es lo que voy escribiendo y por donde voy y que es lo que hago y cuando me pondré al día.

–          Mami pero todavía estas escribiendo sobre Bolivia, pero si hace ya tiempo que nos fuimos de ese país.- Ishi me miraba por encima del hombro observando la pantalla del ordenador.

–          Chico pero si voy como loca, nunca encuentro el tiempo, cuando tu aita no tiene el ordenador, estoy jugando con vosotros y sino estamos de paseo o conversando con otras familias, y por la noche caigo rendida, anda ayúdame.- Le contesté.

–          Yo quiero que en La Paz pongas el titulo de “Paseando entre palomas”.- Ishi me retaba por si no me gustaba el titulo.

Uno de los recorridos en la Paz lo acabamos paseando entre palomas en una de las placitas que hay, y entre palomas conseguimos hacer sonreír a la gente que estaba aprovechando unos rayitos de sol, y que miraba como Noa pasó del mas absoluto pánico a que un sinfín de palomas se apoderase de ella, a la mas absoluta felicidad al ver que estas no hacían nada, y que su hermano disfrutaba dándoles pan y haciendo que se subiesen a sus rodillas, entre sus manos, picoteando suavemente cada migaja que conseguían.

Como un mar de sal

Al suroeste de Bolivia podemos disfrutar del salar mas grande del mundo “El Salar de Uyuni”, cubriendo una superficie de 10.582 Km2, a una altura de 3.653 metros sobre el nivel del mar.

Hicimos el recorrido junto con tres chicos neozelandeses que compartieron las impresiones del espectacular paisaje en familia.

–          Yupiii, vamos hacia los trenes, guaaala que pasada!.– Ishi y Noa corrían hacia los restos de ferrocarril.

–          Mirad estoy tan fuerte que puedo con esta super pesa.– Los niños se divertían saltando de un lugar a otro.

–          Ángel, yo quiero una foto en este tren  “Así es la vida”, nunca sabes cuando te va a volver a sorprender.- El lugar tenia de verdad encanto.

El paisaje es asombroso desde su inicio, descendimos en algo parecido a un cementerio de trenes, los restos más importantes de maquinaria de ferrocarril que datan desde 1890. De esta forma trepamos entre sus tripas, donde leías trozos de mensajes “Así es la vida”, “Se necesita un mecánico con experiencia”. Imaginándonos en un mundo al revés, donde el oxido del metal daba pie a la aventura, un viaje en forma de tren, un tren donde su antigüedad transformaba en historias que te trasladaban a un movimiento sin fin y al país de nunca jamás.

Se apreciaban rusticas viviendas construidas con adobe y sal, tejados de paja, sal en forma de bloques que trabajan tras sacar montones de sal del lugar. Entre el pueblo de Uyuni y el salar, el terreno es árido, las llamas, las vicuñas y otros mamíferos pastorean por la zona de forma habitual. Si uno no ha estado nunca en un salar, habréis de imaginar una inmensa explanada cubierta de una arena tan blanca que el mirarla directamente es prácticamente imposible. Infinidad de reflejos  te entretienen en un eterno intentar diferenciar el gran contraste entre la costra blanca de sal, el azul del cielo y el reflejo que el agua de la lluvia creaba entre las figuras humanas que danzaban por este desierto de sal. Ha sido una experiencia extraordinaria, ese blanco brillante, cristales con formas maravillosas, sabor a sal, espejos en el camino que te retornan una figura de ti misma, donde la realidad puede esconderse de forma ficticia, donde toda fotografía es posible en ese efecto donde el horizonte se difumina entre el cielo azul haciéndose apenas imperceptible.

¡Vale un Potosí!

Todos los dichos tienen su razón de ser, la ciudad de Potosí cuenta de una gran antigüedad, es una de las ciudades más famosas, con más tradición e historia de Latinoamérica. Conocida por su derroche de riqueza, llegando a ser el mayor centro de producción de plata del continente y en el siglo XVII paso a ser la ciudad más grande de América por ello  “vale un potosí” era una frase muy común en la época colonial haciendo referencia a aquellos objetos o personas muy valorados o estimados.   

Se cuenta que, a fines del siglo XVI, el Inca Huaina Capac, señor del imperio inca que se extendía desde Quito, Ecuador, hasta Chile, visitó al Sumaj Orko – «cerro magnifico», en quechua -, y ordenó que se confeccionaran joyas de plata para su corte. Cuando comenzaron a extraer el mineral de sus vetas, una voz estruendosa les conminó a que se detuvieran: «No caven; no es para otros». Poco después los primeros colonizadores españoles se asentaron al pie del cerro…

Fuentes: Hugo Boero Rojo; Bolivia Mágica; Fred Kohler;
Peter Mc Farren; Guía cultural y turística de Bolivia.

La efervescencia y bullicio de aquellos días de gloria y riqueza han quedado atrás, pero aun puedes disfrutar de esa esencia del pasado, calles de adoquines, balcones barrocos, la casa de la moneda, iglesias y plazas centrales con sus mercados llenos de gente, donde sus habitantes acostumbrados al extranjero se muestran mas abiertos, amables y hospitalarios que en su capital. Y si os atrevéis y la claustrofobia no os detiene,  os aconsejo, acercaros a las minas y poder ver los alrededores donde descansan los mineros y la sensación de adentrarse a una mina. Entrareis de una pieza y saldréis moldeados por otro patrón y un sinfín de preguntas sin repuesta. Comprobareis la dureza del trabajo que los mineros y sus familias tienen que mantener durante largas jornadas laborales. No quisimos hacer una gran ruta por la mina, pues presentíamos que no era el lugar mas adecuado para ir con niños, pero si queríamos que conociesen una realidad inquietante, así que acordamos una ruta corta. Olor a humedad, charcos y mas charcos creando un barrizal, el camino iba estrechándose a medida que avanzábamos, nuestros cuerpos tenían que acoplarse a la altura del túnel, el aire se viciaba entre la pólvora de explosiones que realizaban para abrir otros túneles mucho mas lejos de donde estábamos y la falta de oxigeno se hacia palpable a pesar del cable que pasa por cada túnel y libera O2. Una baba rojiza caía de las paredes. Los mineros la llaman “La baba del diablo”, por lo que el guía nos aconsejó no tocarla pues la muerte en caso de que nos la pusiésemos en la boca, seria fulminante. Nos quedamos helados e Ishi al oír esas palabras, empezó con el “mami yo quiero ya salir de aquí”.

Los vídeos de Vodpod ya no están disponibles.

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